domingo, 17 de febrero de 2013

A Bullet for My Valentine 1: A Cowboy Bebop Fanfic

Si, fanfics....tambien hago eso.

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A Bullet for my Valentine
Incluso después de tantos años, con los avances de la tecnología, los viajes interespaciales, avances médicos…como aquel que había salvado mi pellejo, que estaba intacto, en gran parte al menos. Por que al menos había permanecido igual de bella, aunque en ese entonces del despertar…tenía la cabeza más vacía que un Jack-O-Latern y más deudas de las que una vida honesta podría solventarme.

Esta era una de mis ironías…recordar cosas tan estúpidas como Halloween o San Valentín. Y lo único que podía saber de mí, con alguna seguridad…es que mi nombre por el momento al menos, es Faye Valentine. Quizás por eso me disgustaba tanto una fecha tan…plástica. Una fecha en la que una vez por año, le decías aquel que te parecía mínimamente importante, mediante chocolates y alguna insípida tarjeta lo mucho que le querías. Y lo decías como si fuese lo más importante del mundo, con la hipocresía más llamativa que podías permitirte ya que dentro tuyo algo te decía que esa no era la forma de demostrar afecto a nadie.

Realmente me disgustaba mucho…por lo mucho que aquello parecía una reflejo de mi propia existencia. Como si "Valentine" fuese no solo un apellido sino una profecía. Alguien me podría llegar a demostrar afecto o algo similar...una vez por año….quizás una vez cada 5 años…o quizás….

Quizás mejor no esperaba nada. La gente siempre te decepciona...y confiar en otro, es abrir la puerta al desastre.

Faye levantó la mirada de sus cartas, al percibir movimiento en la estancia, iluminada por una pantalla que mostraba rostros de fugitivos y el precio de sus cabezas al lado. Desde hace un par de minutos su partida había sido amenizada por los rítmicos ronquidos de Ed y Ein, que cansados de buscar pistas de la presa del día, cayeron rendidos en el sueño profundo de quien no debe rendirle cuentas a nadie.

La mirada de la mujer se posó en lo alto de la escalerilla, aún sosteniendo una carta en una mano, para encontrarse con la figura de Spike, quien con el paso despreocupado que le caracterizaba bajó por la escalerilla, sin levantar la mirada o decir algo. Faye lo observó con fastidio por un momento, por la inconveniencia de su aparición al momento de sus reflexiones y volvió a su juego. Una carta más, la que tenía en mano y sería todo. Tendría medida y calculada la baraja del casino que planeaba estafar en cuanto atraparan al fugitivo.

Spike se acercó a ella y tomó una de las cartas de la mesa. Faye levantó la mirada y alargó la mano para tomar la carta de nuevo.

-Devuélvemela – dijo en tono autoritario.

-Te falta un As para tu Blackjack – dijo Spike en un tono que le resultó incomodo a Faye por lo impersonal que sonó.

-Lo sé, señor Obviedad – respondió la mujer, poniendo un rostro de suficiencia y colocando la última carta, sin mirarla.

Spike levantó una ceja y colocó su dedo índice sobre la última carta.

-Te pasaste.

-Eso es imposible - dijo Faye - cuyo rostro paso de la superioridad a la incredulidad en un pestañeo, cuando vio un jack de diamantes donde debería haber estado el As de Corazones que tenía en mano.

-Necesitas algo como esto – dijo Spike mientras levantaba la carta del Jack y la reemplazaba con un As de Corazones. Faye sintió una piedra en el estómago y un rubor que se extendía por su rostro. Una sonrisa maniática se formo en su rostro y sus pupilas se contrajeron con furia. El mismo As que sus manos habían estado sosteniendo hasta hace unos segundos atrás.
¿Por que demonios ese estúpido cowboy siempre tenia que hacerle ese tipo de cosas?

- Eres un imbécil – Fue lo que dijo Faye antes de lanzar las cartas por los aires y salir enfurecida de la habitación, al tiempo que un pitido anunciaba la medianoche.

Las cartas cayeron sobre Spike quien no se había movido, más por pereza que por otra cosa, de su sitio. Sobre su rostro aterrizó el As de Corazones que había desencadenado el enojo de la feroz fémina cuyo perfume aún se encontraba en el aire. No era lo único que aún tenía parte de Faye en aquel sitio.

La carta tenía aún vestigios de la tibieza de los dedos que la sujetaban. Spike observó la carta con mayor atención al percatarse del detalle.

No solo estaba tibia…una perceptible silueta de dedos femeninos había quedado marcada en la carta…como si Faye la hubiese sostenido por largo tiempo. Un tiempo más largo del que necesitas para decidir si una carta te es buena o no.

Quizás después de todo, no era la carta que Faye esperaba recibir.

Spike se sentó sobre el sofá, en el mismo lugar, repatigándose y aún sosteniendo la carta entre los dedos.

El tampoco creía que la carta le correspondía. Cerró los ojos durante un instante y en su mente el recuerdo de Julia, paso veloz como un rayo. Sus dorados cabellos meciéndose al son de la canción que ella tatareaba, con esa voz tan dulce.

Nunca dijo algo tan obvio o impersonal como un "¿ya despertaste?" o algún gesto de desagrado hacia la gravedad, por lo que llegué a suponer y sufrir en carne propia, heridas que a alguien más hubiesen torcido el gesto ya fuera en un mohín de disgusto o de lástima.

Ella no. Solo se quedó mirándome, con los perfectos y punzantes ojos verdes que aún veo antes de dormir. Solo pedí un pequeño favor a aquel improbable ángel de ojos verdes que me miraba esperando una indicación.

"Por favor…Continúa cantando." - Mi cerebro aún procesaba lo que acaba de ocurrir, las imágenes que veía de aquella habitación, el sonido de la canción que Julia cantaba para mí. Y el peso de sus acciones empezó a hacer cala en mis pensamientos. Vincent me quería muerto, y la confianza hacia mi otrora amigo se había esfumado en aquel mismo instante en el cual el primer corte de su espada lastimó mi cuerpo, cortando mi carne y cercenando mi alma en trozos que fueron convirtiéndose en una especie de papilla, junto a mi orgullo.

Y ahora, por salvarme, Julia se había condenado. Vicius jamás dudó al atacarme.

Ni una vez.

Y no lo haría con Julia…

Spike abrió los ojos y se desperezó un poco. Necesitaba fumar…un lugar en donde estar solo y quizás un trago no le haría mal. Sus entrañas rugieron mientras la boca le reclamaba el tan ansiado narcótico.

Revisó sus bolsillos y en la tarjeta pudo comprobar que su dinero abastecía para darse uno de los gustos, más no ambos. Una pequeña punzada atenazó su corazón.
La comida siempre podía esperar.


Con algo de desgano, Spike levantó la cabeza. Aún en la pantalla seguía la información de los fugitivos detrás de los cuales iban. Y su última localización, que en brillantes letras decía "confines de Marte". Con lugar, motivo y dinero, sus pies no tardaron en llevarlo al hangar. Siempre valía la pena entretenerse con algún pasatiempo cuando el pasado venía a querer cobrarte factura.

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Cargada con un par de bolsos llenos de la ropa que esperaba usar en algún momento, Faye se dirigió hacia su nave, la Red Tail, cargada de su valiosa mercancía. Si bien no había desfalcado al casino hasta dejarlo en números rojos, su ganancia bien podía haberle concedido la compra de un terreno suficiente para alojar un país pequeño dentro en Marte.

La dama suerte estaba de su lado ese día, junto a sus mil y un triquiñuelas para ganar en el Póker y el Black Jack.

Vestidos que abrazaban su silueta, un par de abrigos de piel, cosméticos y lencería sensual pero elegante…Si algo tenia de buena la época de San Valentín, era la cantidad obscena de artículos que según las tiendas harían a cualquier fémina, y más a una mujer como Faye, parecer la diosa de cualquier hombre que estuviese a la altura de las divinidades hechas a base de arreglo y coquetería. Para Faye, eso significaba un par de jugosas ganancias extras al recibir "pequeñas" propinas y favores de hombres lo suficientemente conocedores para halagar a una dama sin ser descorteses. Y una gran tajada en dinero, de hombres lo suficientemente ingenuos para creer que ella sería el epítome de sus fantasías.

Todo sería perfecto sin la cantidad impresionante de parejitas en actitud edulcorada que rodeaban el centro comercial. Mujer orgullosa al fin y al cabo, Faye sintió una pequeña punzada de odio en el pecho al percatarse que las miradas que aterrizaban en su cuerpo, eran rápidamente fulminadas por las féminas acompañantes de la raza masculina.

El día de San Valentín todavía no alcanzaba su punto álgido y ella ya estaba con náuseas. Pero ya obtendría su "venganza", cuando enfundada en un elegante vestido, mostraría al mundo que una mujer independiente y hermosa, era alguien de temer y admirar, mientras otras preferían tener un accesorio casual que les decía "te amo" mientras las llenaban de promesas falsas.

Pero por más que Faye procuraba no sentirlo y ocultarlo, un ardor en su pecho traicionaba el frío temple de la cazarrecompensas.

-Maldito día.

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Spike no se sorprendió al ver que en el hangar, la nave de Faye brillaba por su ausencia. Dio un gran bostezo a modo de engañar sus tripas con algo de aire. Si la reina de corazones estaba enfadada, era mejor que estuviese lejos de su vista y de sus oídos mientras se calmaba y volvía a sus cabales. Cada día estaba más convencido que Faye no era una mujer con actitud, sino una simple loca con dos dedos de frente en lo que respectaba a su auto conservación.

Pero seguía sin comprender muy bien el por qué no la habían echado a patadas de la Bebop. Mientras fumaba su tabaco, reconoció que si bien en un principio era la culpa de Jet y su anacrónico sentido de la justicia, fruto de sus frustraciones policiales, Spike no quería dejar ir a Faye.

-Es como ver un choque de trenes a punto de suceder.

A regañadientes, reconoció que no era solo un interés morboso, sino más bien una profunda curiosidad apenas teñida de un instinto protector.
Hundido en estos pensamientos, la colilla ya se encontraba casi terminada, con el humo quemándose en un hilillo tenue.

Luminis Invictus: Act 1


La luz amarilla que se filtraba por la sucia ventana era tan traidora y delatora como la vieja mendiga que caminaba por el frente de la calle gritándole improperios a un desavenido jovenzuelo que se defendía lo mejor que podía de los insultos a base de “vieja loca” y un rápido mover de piernas.
Acurrucada en el ropero, procurando incluso respirar en silencio, buscaba el cobijo de las sombras,  procurando permanecer oculta de la vista aguda de quien busca un par de papeles tirados en el suelo a toda prisa. Temía vomitar el corazón por la boca, y que este me delatara rebotando en la oscuridad.

Tras angustiosos segundos, todo quedó nuevamente en silencio y la luz del pasillo se extinguió, seguida de un chirrido y un ¡clac! bien audible.  Saliendo lentamente me incorporé con cuidado esperando la madera no me delatara pronto. Dentro de mi cabeza martilleaban las palabras de “intrusa”, “embustera” y más que nada “Policía”. Era un error, un error absoluto y una estupidez desmedida que me hubiese metido en aquella casa, para obtener algo tan mundano como un calcetín o una playera, como favor a una de mis amigas que moría de amor por uno de los ilustres habitantes de la casona Spengler, la cual no resultaba tan siniestra ni amplia desde afuera.
Haciendo acopio de valor para no escupir mis tripas acorazonadas, busque la habitación más acorde al estilo particular del culpable indirecto de mis problemas. Richard Spengler era una “obra de arte germana” según Rachel, con cabello rubio largo y unos inquisitivos ojos grises que parecían “mirar dentro de tu alma”.  Obviamente Richard no era el ángel poético o la deidad vikinga que imaginaba la enamoradiza de Rachel, pero si era bastante llamativo entre la multitud de cabelleras oscuras que conformaba su grupo de amigos.
Por un momento me paso por la cabeza la peregrina idea de encontrarme con él en su habitación con un par de calcetines o camisetas colgadas del brazo con un rostro de “Hola Rick. Puedo explicarlo” con mis rodillas temblequeando el “No...no puedo.”

Al abrir la puerta de la habitación y encontrarme frente a frente con los ojos grises, seguramente esa fue la cara que termine de poner antes de caerme de traste sobre el piso encerado.
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Rick no supo cómo reaccionar ante el encontronazo con aquella chica delante de su puerta, poniéndose instintivamente en guardia. Más relajó sus músculos al ver que la chica retrocedía al verlo como si fuese una aparición.
-¿Qué haces aquí? – dijeron ambos antes de que la chica pusiera un rostro de culpabilidad ante la pregunta.

-Aquí vivo, Fräulein. -  Rick observó con mayor detenimiento a la joven, reconociéndola como una de las amigas de una de las chicas del “club de fans” como cariñosamente había decidido llamar a la parvada de chicas que estaban en la mayor parte de sus clases por causalidad, suponía él, de su aspecto.

La chica procuró incorporarse rápidamente, incluso antes de que el muchacho le ayudara, pero para ese momento ya se encontraba parada y observada atentamente por él.
-Yo…Solo…Rachel….. – La chica buscaba una excusa plausible y coherente para evitar que Spangler le echase a los perros tan rápido como podía trabajar su cerebro.
-Rachel King quiere una de mis camisetas – dijo él en un tono neutral.
-Si…eso…. – La chica se sonrojó violentamente al darse cuenta que acababa de mandar todo al diantre – No!!! Es que Rachel…quería….hacerte la lavandería.  Y me pidió que consiguiera ropa tuya para que fuese una sorpresa.
-Si eso quería, podría habérmelo pedido sin problemas, señorita Catherine. – Rick posó sus ojos sobre ella, sin el menor indicio de malicia – Aunque me considero muy autosuficiente, si eso es lo que ella temía.
Catherine odiaba eso de Richard Splangler. El sujeto siempre hablaba con una naturalidad e inocencia que podrían haber sido incluso fingidas, de no tener un rostro tan expresivo que no dejaba lugar a dudas. A diferencia del resto, leer lo que pasaba por la mente de Spangler era tan fácil como ver a través de un estanque de agua de lluvia.
-Entonces…yo, iré a decírselo ahora mismo – Soltó Catherine de pronto.

-¿Te acompaño a la puerta entonces? – respondió el de nuevo, en su usual tono caballeroso.
-No..digo sí..digo… - Rick levantó su rostro y por primera vez, ella notó que sus ojos grises tenían algo particular.
Catherine se había quedado tan en blanco como su hoja de apuntes del día. Sintió la atmósfera pesada y de pronto notó el sudor frio que recorría su cuerpo de pies a cabeza. De pronto, su mente se sintió amodorrada, y sus párpados pesados. Sus ojos se entrecerraron, mientras la voz de Rick resonaba en sus oídos con un cántico arrullador.
-Que sucede… - Los pensamientos de Catherine se hicieron nubosos y dispersos, tomando diferentes direcciones como un rebaño de ovejas asustadas. Sus pupilas captaron un leve resplandor en la piel de Rick antes de sucumbir a los brazos de Morfeo.
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Horticultura


“Y amanece de nuevo en la viña del señor, ese curioso huerto donde las uvas se intentan machucar entre sí, las manzanas que se encuentran en lo más alto envidian a las manzanitas pequeñas, arrugadas y al alcance de toda mano y bolsillo, y por supuesto no falta la media naranja con complejo de limón”.
Planeta tierra, buenos días.

Rose estaba acostumbrada a tener este tipo de pensamientos ni bien abría los ojos. Quizá fuese la ensalada de frutas que comía en el desayuno.
Quizás fuesen los rezos de su madre, cada vez más piadosos o la reticencia que mostraba hacia su progenie, cada vez más notoria.
Estos diablos de la sociedad con su música satánica que ora se vestían de negro cuero, ora se vestían como monos epilépticos con complejo de perros, ora se tapaban un ojo y terminaba siendo imposible para el ojo no entrenado saber quien era hembra y cual varón y así, frutos tan variados de la sociedad que era imposible distinguir la fruta buena de la no comestible e incluso de la venenosa.

Quizás su madre tenía un punto en alguna parte de su fructífera retórica.

Especialmente la parte de las frutas venenosas o intocables. Rose tenía tantas espinas que en vez de decorativa planta de jardín, la chica se veía a si misma como un tuna salida del más maldito de los cactus. Y claro, era tan naturalmente ácida que los oídos acostumbrados a falsas formalidades y naturalidades, terminaban vomitándola sin contención alguna. 
Y era de esperarse, ya que solo manos entrenadas podían manejarla sin despertarle un instinto casi homicida cada que salía a semejante vergel en busca de socialización.
“Todos somos frutas sociales después de todo”.
Desde tu más tierna infancia, Rose nunca fue muy sociable. Mordió incontables dentistas,  inevitables por su gusto a lo dulce, soltó improperios a profesores de lo más cuadrados y más de una vez dejó una huella imborrable en alguno de sus compañeritos de colegio, con un apodo de lo más adecuado y ese inconfundible tinte de humillación, que resultaba en el mote colgado de por vida, incluso luego de los 12 años de convivencia colegial.
Este tipo de comportamiento la llevó a convivir con la variopinta fauna psicosocial que intentaba “arreglarle” la vida y la boca, sin claro esfuerzo de su parte y un nulo éxito de la otra. Fue a una escuela de modales, de la cual fue expulsada por llamar “frígida” a la doña que le enseñaba del infame manual de Carreño, terminó conociendo a media escuela de psicología en el camino a encontrar el por que esta jovencita, tan llena de vida, resultaba claramente asqueada por el mundo que le rodeaba. Al menos entre los psicólogos encontró uno que otro que se limitó a no joderla con sus indagaciones sobre Freud y Seymour, en medio del ambiente “holístico” que le proporcionaba la marihuana.  Después de todo, a nadie le gusta que le digan que por falta de pene cerebral o físico, es la razón por la que vives tan encabronada.  Si alguien le partía los ovarios, eran esos ilustres doncitos.
Y  hay que mencionar a los curitas y padrecitos que conoció gracias a la diáfana fe de su madre. Con esa especie de primates, conoció confesiones, penitencias y hasta un exorcismo. Resultaba que tener un amigo imaginario comunitario se conocía como religión, mientras un amigo imaginario para uno solo, era una forma de alienación. En muchos sentidos era similar a la filosofía hippie, con eso del amor incondicional. Aunque ella andaba asqueada del amor incondicional que un par de padrecitos tenían hacia sus monaguillos. Servidores del señor desde el alfa y el omega. Uno que otro hacia un buen negocio con las limosnas de la iglesia, Dios mediante, por si existe alguna duda.
Habiendo visto y pasado todo este laberinto hipercrítico, Rose se sentía la prostituta de babilonia y le encantaba.

No vestía de negro, ni se adhirió al pensamiento nihilista que se hubiese esperado de ella. Vale, tenía un par de ropas negras cuando quería pasar desapercibida.  Simplemente vestía como ella considerase más utilitario. Cualquier adorno que no fuese un reloj, resultaba inútil, cualquier prenda que no fuese abrigadora o fresca, dependiendo del clima, resultaba innecesaria e incluso molesta.
Para cargar sus cosas, un bolsón en el que llevó tantos años útiles escolares, era más que suficiente. Un cuaderno y una lapicera, un celular de esos apodados “ladrillo” eficaz como arma y comunicador, y un pequeño aparatejo de música, que era de los pocos lujos que se daba la fémina como una forma de aislarse de una sociedad que la hartaba cada vez con más frecuencia.

Armada de esta forma caminaba sin mucho rumbo por las calles de la ciudad, a modo de pasar el tiempo.  Veía en la calle, un laberinto de posibilidades y comportamientos,  ya que en la calle, todos llevaban máscaras y sin embargo, pocos podían realmente resguardar sus secretos del ojo avispado.
El eterno pasante, un chico que le superaba en un par de años, que parecía cambiar de lugar de “trabajo”, como de zapatillas, con el rostro inconforme y avanzadamente deforme para su edad. El ama de casa eternamente preocupada de sus crías, el zombie que trabajaba en alguna oficina gubernamental, el hippie venido a menos, que hacía malabares junto a su contraparte, el hippie venido a más, con tantos trastos y manillitas colgados, que sin duda le obligarían a echar raíces si quería deshacerse de semejante carga. El viejo o viejita abandonado a su suerte por la familia, pidiendo limosna mientras pelea una batalla perdida contra la demencia senil.  Y tantos otros que eran casi tan tradicionales en la prensa escrita que darles mayor espacio sería sin duda, elevarles de categoría.
Cada quien con una vida considerada comprada, que podía ser arrebatada en cuestión de instantes, como la doñita dulcera que salió volando en medio de sus dulces cuando un micrero decidió dar una vuelta prohibida, muriendo casi instantáneamente, con metiches y dulces como curioso velorio.
La parte lamentable de todo esto, es cuan “felices” se veían, incluso cuando la miseria los pudría irremediablemente por dentro, felices en esa mediocridad de la que creían no podrían salir y obligados a acostumbrarse a esa felicidad, aunque fuera pequeñita.
Pero a veces, la felicidad momentánea, era la única que podías obtener.

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Bienvenidos al Velvet Room

Welcome to the Velvet Room. "This place exists between dream and reality, mind and matter."

Como buena fanática de la serie Persona desarrollada por Atlus, este sitio resulta el santuario en el que pienso publicar todo aquello que va más allá de lo meramente mundano o ridículo que pase por mi cabeza. Este sitio va a esos escritos que se generan en un lugar más allá de mi simple proyección personal.
Mis opiniones me las reservaré para el otro blog, que después de todo, he creado con el único fin de poder dejarlas allí, aunque sea un "mental safeguard" para no lanzarme por un puente.

Este lugar, esta dedicado a las historias que salen de mi mente y terminan perdidas en un limbo existencial limitado a mi computadora. Sublimes o no, no quiero dejarlas en un posible olvido. Y honestamente, me sirven tanto de desahogo, como me sirve componer canciones y cantarlas aunque sea en mi ducha.