domingo, 17 de febrero de 2013

Luminis Invictus: Act 1


La luz amarilla que se filtraba por la sucia ventana era tan traidora y delatora como la vieja mendiga que caminaba por el frente de la calle gritándole improperios a un desavenido jovenzuelo que se defendía lo mejor que podía de los insultos a base de “vieja loca” y un rápido mover de piernas.
Acurrucada en el ropero, procurando incluso respirar en silencio, buscaba el cobijo de las sombras,  procurando permanecer oculta de la vista aguda de quien busca un par de papeles tirados en el suelo a toda prisa. Temía vomitar el corazón por la boca, y que este me delatara rebotando en la oscuridad.

Tras angustiosos segundos, todo quedó nuevamente en silencio y la luz del pasillo se extinguió, seguida de un chirrido y un ¡clac! bien audible.  Saliendo lentamente me incorporé con cuidado esperando la madera no me delatara pronto. Dentro de mi cabeza martilleaban las palabras de “intrusa”, “embustera” y más que nada “Policía”. Era un error, un error absoluto y una estupidez desmedida que me hubiese metido en aquella casa, para obtener algo tan mundano como un calcetín o una playera, como favor a una de mis amigas que moría de amor por uno de los ilustres habitantes de la casona Spengler, la cual no resultaba tan siniestra ni amplia desde afuera.
Haciendo acopio de valor para no escupir mis tripas acorazonadas, busque la habitación más acorde al estilo particular del culpable indirecto de mis problemas. Richard Spengler era una “obra de arte germana” según Rachel, con cabello rubio largo y unos inquisitivos ojos grises que parecían “mirar dentro de tu alma”.  Obviamente Richard no era el ángel poético o la deidad vikinga que imaginaba la enamoradiza de Rachel, pero si era bastante llamativo entre la multitud de cabelleras oscuras que conformaba su grupo de amigos.
Por un momento me paso por la cabeza la peregrina idea de encontrarme con él en su habitación con un par de calcetines o camisetas colgadas del brazo con un rostro de “Hola Rick. Puedo explicarlo” con mis rodillas temblequeando el “No...no puedo.”

Al abrir la puerta de la habitación y encontrarme frente a frente con los ojos grises, seguramente esa fue la cara que termine de poner antes de caerme de traste sobre el piso encerado.
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Rick no supo cómo reaccionar ante el encontronazo con aquella chica delante de su puerta, poniéndose instintivamente en guardia. Más relajó sus músculos al ver que la chica retrocedía al verlo como si fuese una aparición.
-¿Qué haces aquí? – dijeron ambos antes de que la chica pusiera un rostro de culpabilidad ante la pregunta.

-Aquí vivo, Fräulein. -  Rick observó con mayor detenimiento a la joven, reconociéndola como una de las amigas de una de las chicas del “club de fans” como cariñosamente había decidido llamar a la parvada de chicas que estaban en la mayor parte de sus clases por causalidad, suponía él, de su aspecto.

La chica procuró incorporarse rápidamente, incluso antes de que el muchacho le ayudara, pero para ese momento ya se encontraba parada y observada atentamente por él.
-Yo…Solo…Rachel….. – La chica buscaba una excusa plausible y coherente para evitar que Spangler le echase a los perros tan rápido como podía trabajar su cerebro.
-Rachel King quiere una de mis camisetas – dijo él en un tono neutral.
-Si…eso…. – La chica se sonrojó violentamente al darse cuenta que acababa de mandar todo al diantre – No!!! Es que Rachel…quería….hacerte la lavandería.  Y me pidió que consiguiera ropa tuya para que fuese una sorpresa.
-Si eso quería, podría habérmelo pedido sin problemas, señorita Catherine. – Rick posó sus ojos sobre ella, sin el menor indicio de malicia – Aunque me considero muy autosuficiente, si eso es lo que ella temía.
Catherine odiaba eso de Richard Splangler. El sujeto siempre hablaba con una naturalidad e inocencia que podrían haber sido incluso fingidas, de no tener un rostro tan expresivo que no dejaba lugar a dudas. A diferencia del resto, leer lo que pasaba por la mente de Spangler era tan fácil como ver a través de un estanque de agua de lluvia.
-Entonces…yo, iré a decírselo ahora mismo – Soltó Catherine de pronto.

-¿Te acompaño a la puerta entonces? – respondió el de nuevo, en su usual tono caballeroso.
-No..digo sí..digo… - Rick levantó su rostro y por primera vez, ella notó que sus ojos grises tenían algo particular.
Catherine se había quedado tan en blanco como su hoja de apuntes del día. Sintió la atmósfera pesada y de pronto notó el sudor frio que recorría su cuerpo de pies a cabeza. De pronto, su mente se sintió amodorrada, y sus párpados pesados. Sus ojos se entrecerraron, mientras la voz de Rick resonaba en sus oídos con un cántico arrullador.
-Que sucede… - Los pensamientos de Catherine se hicieron nubosos y dispersos, tomando diferentes direcciones como un rebaño de ovejas asustadas. Sus pupilas captaron un leve resplandor en la piel de Rick antes de sucumbir a los brazos de Morfeo.
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